Bajo la montaña gris de la tarde,
escribo mi dolor a máquina.
¿Quién asirá el tentáculo de mi gran tristeza?
¿Mi resoplido de ansia?
¿Mi dolor a cadena perpetua?
Soy un gran romántico al revés,
—ésta es la confesión que más me duele—,
partir de la colina del odio, hasta la frontera del
aburrimiento
y saber que nadie entrará en el país de mi tristeza,
ni mi amigo, ni mi mujer, ni mi hijo... Acaso mi
[madre
con sólo mirarme.
Esta canción desolada y asmática
no se la hubiera dicho nunca a Ud., lector,
pero me la recito a viva voz,
cuando busco argumentos para mi suicidio.
Por eso me toca decir lo que muchos decir no
[saben,
ese suicidio diario que apresura
nuestra arterioesclerosis, nuestra frontera
a este país, nocherniego y boreal,
que no es el del buen rey Passoule.
Me gustaría tentar otro camino;
pero ya es tarde,
y estamos clausurados por la desdicha
y por la democracia.
Tomado de Nicolás Olivari, Poesías 1920 - 1930.
La amada infiel, La musa de la mala pata, El gato escaldado,
Buenos Aires, El 8vo loco, 2006
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